En 2025, la IA se ha fusionado con la IoT para impulsar operaciones industriales y la eficiencia de las cadenas de suministro. Según un IDC InfoBrief encargado por SAS, el 62 por ciento de las empresas industriales ya ha adoptado una combinación de inteligencia artificial e Internet de las Cosas (AIoT), y un 31 por ciento tiene previsto hacerlo. El mantenimiento predictivo lidera las aplicaciones, con un 71 por ciento que busca anticipar y prevenir fallos, seguido por la automatización de TI (53 %) y la mejora del suministro y la logística (47 %).
El estudio también señala que más de la mitad de las organizaciones esperan obtener ahorros de costes gracias a AIoT (54 %) y una innovación optimizada (52 %). Los desafíos mencionados incluyen la integración de sistemas heredados, la calidad de los datos, la falta de habilidades y el coste de implementación. Curiosamente, las entidades que usan AIoT de forma activa duplican la probabilidad de lograr beneficios frente a quienes lo usan de forma moderada, y menos de un 3 % considera que el valor no cumple las expectativas.
Este contexto impulsa preguntas sobre el sentido práctico de la IA en operaciones, y marca una tendencia hacia una adopción más acelerada a medida que se demuestran mejoras en eficiencia, productividad y ahorro. En palabras de los analistas, cuanto más se explora el AIoT, mayores son los beneficios y la capacidad de tomar decisiones rápidas e informadas.
La IA no solo transforma la industria; también redefine la relación entre creador y consumidor en Internet. Google ha mostrado infografías creadas con Nano Banana Pro dentro del NotebookLM, abriendo una ruta viral para difundir aplicaciones de IA y, a la vez, dinamitar un debate central: ¿qué valor devuelve la IA a los creadores cuando extrae contenidos para responder preguntas? Aunque la compañía avanza, la integración publicitaria en estos modos aún está en desarrollo, y informes de mercado señalan que la proporción de consultas de IA que generan clics hacia medios es extremadamente baja, lo que enfatiza el dilema de tráfico entre IA y la web abierta.
Un análisis citando datos de GFK España indica que menos del 0,2 por ciento de las consultas a herramientas de IA se traducen en clics o visitas a medios. Esto refuerza el argumento de que, para sostener el ecosistema de la web abierta, serán necesarias soluciones de licencia y mitigación del impacto en el tráfico de los medios. En este escenario, las plataformas con IA están midiendo el equilibrio entre utilidad, monetización y responsabilidad con los creadores.
En Latinoamérica, la adopción de IA es notable, y en 2024 las personas y las empresas mostraron un entusiasmo significativo. Un informe global de Google e Ipsos revela que Chile lideró el uso de IA con 53 por ciento y México alcanzó 43 por ciento. En el ámbito empresarial, sectores como comercio, servicios financieros y manufactura reportan mejoras en eficiencia mediante IA en análisis de datos, atención al cliente y logística, con proyecciones de crecimiento en los próximos años. El mercado de IA en México alcanzó 2,800 millones de dólares en 2024 y podría cuadruplicarse para 2030. No obstante, la región enfrenta una brecha entre adopción y desarrollo: subinversión en ciencia, tecnología e innovación y necesidad de regulación basada en riesgos para equilibrar innovación y protección ciudadana. Organismos como la Cepal y la UNESCO señalan avances en conectividad y talento, pero persisten rezagos en investigación, infraestructura tecnológica e inversión pública. Se destaca la urgencia de impulsar alfabetización digital para aprovechar plenamente estas capacidades.
De cara al futuro, el artículo de Enrique Dans nos recuerda que el código cultural de la IA está evolucionando: el idioma, el contexto y la geografía importan cada vez más. Adaptar las herramientas de IA a realidades locales no es una opción, es una necesidad para lograr resultados relevantes, responsables y sostenibles.
En definitiva, estas noticias pintan un panorama en el que la tecnología no solo avanza; también exige una mirada crítica, una regulación razonable y una alfabetización tecnológica que permita a más personas participar de forma productiva en la próxima ola de innovación.